Texto: Jacobo Rivero / Fotografías: José Andrade
El concierto de Marcus Miller en Madrid llegaba envuelto de expectación. No todos los días hay una actuación de un genio con una hoja de méritos como la del músico neoyorquino, un tipo que ha acompañado entre otros a Aretha Franklin, Luther Vandross o Miles Davis, que además se ha desempeñado en oficios de enjundia como el de productor o compositor de bandas sonoras para cine, y que tiene dos premios Grammy en el zurrón. Miller aterrizó en la capital dentro de la gira de su último disco Laid Black.
Las expectativas antes de entrar al Teatro La Latina eran tan altas como la temperatura en la calle y el resultado fue un chorro de aire fresco en una sala bien climatizada para un lleno de altura. Miller (1959) estuvo acompañado de tres bajos eléctricos que intercambió en varios momentos; un clarinete bajo que sólo sopló en uno de los temas; y de una banda que funcionó a la perfección. Russell Gunn trompeta, Donald Hayes saxo, Anwar Marshall batería, y Julian Pollack al mando de los teclados estuvieron soberbios y pusieron en valor la calidad de actuar con formación propia. Con un combo que sonaba como un rayo, un Miller de buena planta, atlético y con su incondicional sombrero de ala ancha, conquistó el escenario desde el primer minuto.
Entró Miller fuerte con el bajo, despuntando con el tema Detroit para a continuación, tras varios saludos al respetable, descerrajarse con 3 Deuces, Untamed, Mr. Pastorius (precioso recuerdo a Miles), February, Havana, Goree y Tutu. En el bis añadió un celebrado guiño beatleliano con Come Together que sonó a gloria bendita. La sorpresa de la noche fue que incorporó en tres temas (February, Havana y Tutu) a dos musicazos del panorama madrileño: el saxofonista Ariel Bringuez y el pianista Pepe Rivero. Los cubanos entraron al escenario con paso tímido, pero pronto encajaron a la perfección en una auténtica jam de sensaciones sonoras bien alimentadas. Miller ofició como director de orquesta desde un escenario en el que iba encajando piezas, siempre bien sincronizado con la batería de Marshall y con Gunn y Hayes aplaudiendo por momentos a los brillantes Bringuez y Rivero. Una auténtica gozada de la que disfrutó el respetable, entre los que se encontraba el guitarrista Vicente Amigo que colabora en el próximo disco de Miller.
Atento a todos los detalles y contagiando su particular mirada de la música, siempre abierta a incorporaciones sonoras enriquecedoras, Marcus Miller estuvo algo más de una hora y media en el escenario. El que fuera compañero de Miles Davis en su época más eléctrica, demostró que el jazz puede acompañarse de otros ritmos sin desvirtuar la esencia de una música que se trasmite desde la elegancia y el saber estar. Algo que él ejemplificó en una noche maravillosa para la música gracias a la brisa que transmitió en un concierto para enmarcar. Al finalizar el público respondió puesto en pie, luciendo sonrisas y con sonora ovación.
Ojalá vuelva pronto, su vitalidad contagiosa siempre será bien recibida.