María José Llergo y Mahalia en Noches del Botánico: Heroínas con superpoderes

Texto: Jaime Bajo

@altonellis.weekend

Fotos: Darío Bravo

@dariobravo.es

 

“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. La frase que se atribuye al escritor uruguayo Eduardo Galeano y que probablemente proceda de un proverbio africano que reza: “mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, cultivarán pequeños huertos… que alimentarán al mundo”, puede servirnos para describir la toma de conciencia de la capacidad que aún conservamos para intervenir en nuestro ámbito más cercano con voluntad de legar un mundo que merezca ser vivido. Sostenibilidad lo llaman.

Mahalia es una mujer joven y poderosa, compositora, cantante y actriz -interviene en el largometraje “Brotherhood” de Noel Clarke, tercero de la trilogía “The Hood”- de ascendencia jamaicana e irlandesa nacida en Syston, una barriada norteña ubicada en el condado de Leicestershire, en la que tuvo que sufrir el racismo, esa lacra social por desgracia tan extendida en el Reino Unido. No es extraño entonces que reconozca que “me gustaría poder hablar castellano porque la gente en Inglaterra es una mierda”.

Frente a esas fuerzas retrógradas que establecen barreras entre seres humanos semejantes en lo fundamental y ricos en nuestras diferencias, Mahalia se reconoce “una amante del amor en todas sus formas, tanto cuando se ama, como en desamor, pues me inspira para componer”. Así, ella consigue, con ese estilo tan característico de pop de ascendente nu soul, capaz transmitir e irradiar esa alegría de sonrisa contagiosa incluso cuando nos está narrando un verdadero drama –“Cheat” trata del desengaño que supuso para ella enterarse a los diecisiete años de que su novio de entonces no solo se la estaba pegando con otra, sino que incluso la había dejado embarazada-.

Mahalia es consciente y hace uso pleno de ese superpoder con el que está dotada: es capaz de asimilar los varapalos de la vida para transformarlos en hermosas canciones con un lenguaje sencillo e inteligible que le permite acceder a públicos amplios -asombroso el respaldo que obtuvo en “mi primera visita a cualquier parte de España”, con un público expectante que conocía y canturreaba su repertorio, e incluso una chica en primera fila le pedía matrimonio al interpretar “Marry Me”: “mi pareja no me dejaría, pero podemos hacerlo en secreto”, le respondía con su habitual simpatía-, explicando historias tan peculiares como cuando, con apenas trece años, competía con una compañera de curso por un chico –“He is mine”-, cuando los días de “vino y rosas” con su pareja –“Grateful”– se transformaron en una auténtica pesadilla en la que este le marcaba los límites –“Whatever Simon Says”-, cuando se declaró ante su mejor amigo y este la rechazó “con buen criterio” –“Square 1”-, o la decepción ante las altas expectativas creadas por la historias de amor del cine –“Plastic Plants”-.

Pero es que Mahalia en el tiempo estipulado para su actuación -“tenemos una hora y podéis cantar, gritar, bailar o lo que queráis con tal de que disfrutéis”- nos hizo corear –“In My Bag”-, ejerció de coreógrafa -un paso a la derecha y otro a la izquierda- y se reservó para el final un par de piezas que desataron el delirio colectivo, “Terms And Conditions” y “Letter To Our Ex”. Quizá echamos de menos un despliegue escénico algo más elaborado -coristas, teclista, proyecciones audiovisuales, elementos de escenografía…-, pero disfrutamos de lo lindo en esta primera comparecencia en nuestro país.

Quien sí que no escatimó en detalles escénicos fue su sucesora, María José Llergo que irrumpió a un escenario que representaba el deshielo de los casquetes polares frente al sol que proyectaba la pantalla con el nombre de la cantaora cordobesa sobreimpreso. En un estilo que se aleja progresivamente de sus raíces flamencas -la habíamos visto compartir escenario con el guitarrista Marc López en sus primeros tiempos y en esta ocasión compareció acompañada por el teclista Julio Martín y el baterista Carlos Sosa; echamos en falta al guitarrista y bajista Juan Manuel Montoya– y se torna más pop, bailable y vanguardista“Lo Que Siento”-, la artista de Pozoblanco nos explicó que su misión en su último álbum era demostrar que todas las personas somos hermosas y debemos extraer la “Ultrabelleza” que albergamos en nuestro interior.

En realidad, creo que el hilo conductor de su trayectoria hasta la fecha radica en no postrarse, desobedecer y rebelarse ante todos aquellos que quieren establecer fronteras y marcarle lo que debe o no debe hacer. Así, en “Malahe” resignifica el término popular andaluz para erigirse en una persona libre y sin ataduras, en “Lucha” reivindica a las mujeres frente al flagrante desconocimiento que de ellas tienen los hombres, o en “Visión Y Reflejo” convierte la vulnerabilidad en fortaleza.

Pero frente a una actuación al uso, de esas que integran su gira, María José Llergo reservó dos sorpresas para quienes tuvimos la fortuna de asistir a la velada en el Jardín Botánico de la Universidad Complutense de Madrid. Por un lado, mediada su comparecencia, hizo acceder al escenario a un cuarteto de cuerdas para interpretar tanto la canción que le hizo merecedora de un Premio Goya a la Mejor Canción -la conmovedora “Te Espera El Mar”, una llamada a la alerta humanitaria ante el drama de los refugiados que perecen cada día en el Mediterráneo-, como una pieza inédita junto a Valeria Castro“una de esas lucecillas que de pronto me voy encontrando en esta industria”-.

Y se reservó para el tramo final, la invitación a sumarse a la celebración destinada a dos personas que han sido corresponsables de la producción de buena parte de su álbum Ultrabelleza: la cantante y compositora jienense Zahara -con quien interpretó en acústico “Sansa”, canción sanadora que sirvió a María José Llergo para recomponerse tras padecer una relación tóxica- y Martí Perarnau -quien se sumó a ambos en los sintetizadores para hacer lo propio con otra de esas canciones que produjo a la cordobesa, “Aprendiendo A Volar”-. Los bises, cuando el reloj se aproximaba a la medianoche, fueron para “Pena, Penita, Pena”, el clásico de Lola Flores que en su boca suena como si fuera original suyo, y “Rueda Rueda”, que conjuga modernidad -con esa batería electrónica marcando el pulso- y tradición, con esa declaración de intenciones –“es que si me paro muero”-. María José Llergo puso punto y final a un concierto que fue, más bien, un perfecto colofón a una actuación que nos supo a gloria.

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