Marta Sánchez Trio: La diferencia entre ser y estar 

Foto de Larisa López/ @larisalopezphoto

Texto: Daniel Román

@romanro.daniel

 

No se puede establecer una generalidad cuando por momentos la música parece enroscarse, maravillosamente, sobre sí misma. Se dicen muchas cosas y la mayoría está en el terreno de lo heredado o lo irreflexivo. Porque sin emoción no hay pensamiento. Sin afecto no hay huella. Lo sabe un estudiante que recuerda a ese único profesor que le habló sobre los insectos del jardín –desde su propia experiencia– y no de la lista de contenidos que atiborraban los temarios.

Foto de Larisa López/ @larisalopezphoto

Ingresar en la propuesta de Marta Sánchez es aventurarse por la ladera pedregosa de un río y acercarse lentamente a la promesa de un acantilado. Marta Sánchez compone, creo, para traducir un estado psíquico. A veces Debussy, Thelonious, el insomnio y las notas reiteradas –en exceso– que ominosas traducen de la metáfora a la representación que la música construye. Departures-arrivals, como en los carteles de los aeropuertos de todo el mundo: Marta está en el jazz –aterriza en él– como una extensión natural de su potencia como compositora, pero parece ser que su imaginación no tiene un lugar de partida en él.

En la obra de Sánchez las cosas no son, sino que están y dejan de estar. El jazz tradicional le queda pequeño en el sentido en que los materiales que propone desbordan los convencionalismos del género. Las piezas, disruptivas, parecen formar un todo solo en la medida en que nos alejamos del acontecimiento. Cada uno de los temas desconoce a los anteriores –y a los sucesivos– y entonces, aquí la genialidad, solo hay sorpresas. Un collage que los músicos que la acompañan comprenden generosamente.

Foto de Daniel Román

Abolir esa lógica tan propia de estos tiempos de buscar una excusa para tocar el mejor solo de la vida, acentuar un nombre o enrostrar el don o el esfuerzo que implica.  Ir tras esos elementos que son constitutivos de la creación –aquellos giros que piden una segunda vida– y  desarrollarlos dentro de los marcos de la composición –su promesa– con ternura y austeridad. El solo no al servicio del individuo, sino de aquello que esboza para, finalmente, anular entre todos la autoría, sumando a esa amalgama que se desprende cuando tres instrumentistas se disponen a la música antes que al yo. Ensayar, detenerse en los arreglos, presentar una mano creativa, un color particular, hasta saciar de música el lugar –interior– que por segundos permanece susceptible a la huella. Un lujo.

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