Texto de Alicia Población / fotografías Ernesto Cortijo
Ménilmontant fue en origen un pueblo ubicado en el municipio independiente de Belleville hasta que en 1860 la ciudad de París lo absorbió dando lugar al popular barrio que es hoy en día.
En 2012, un cuarteto con ganas de difundir la música swing y el revolucionario espíritu de Django Reinhardt, adoptó el nombre del barrio parisino.
El pasado 21 y 22 de septiembre, tuvimos el gusto de escuchar en el Café Central de Madrid al que ahora se conoce como Menil. Un grupo en el que el guitarrista Javier Sánchez, el contrabajista Gerardo Ramos, el violinista Raúl Márquez y el cantante y guitarrista Arturo Zaldívar ponen en común su talento con el ánimo de revisitar los grandes estándares del jazz de los años 20 hasta los 50.
El concierto del pasado miércoles empezaba con un tema compuesto para el primer festival WIM (What Is Music). Un evento que, salvando los dos años de pandemia, se ha celebrado anualmente desde 2014 en el pueblo de Frías, Burgos. Si bien el violinista Raúl Márquez ha acudido a casi la totalidad de las ediciones del festival, las primeras veces lo hizo acompañado de Javier Sánchez, con quien arregló el tema que abrió la velada en el Café.
Al término sonó It has to be you en ritmo manouche y una composición de Javier Sánchez dedicada a su madre. Esta última dejó resbalar la ternura en un tres por cuatro de vals que te acunaba mientras las cuerdas de los cuatro nos acariciaban en un suave groove. Llegando al cuarto tema empezaron a calentarse los solos, y tanto los de Sánchez como los de Márquez arrancaron algunos aplausos.
Escuchamos Nuages de Django Reinhardt, cómplices de las ganas de Márquez de pasarle el solo a sus compañeros mientras estos se resistían tenaces dándole al violinista todavía más espacio pata improvisar. La forma de tocar de Márquez no pretende hacer alarde del virtuosismo del que bien podría presumir. Más bien, y Nuages era el tema perfecto para hacerlo, prefiere escoger adecuadamente las notas que van a salir del cuerpo de madera, y se centra en la manera en la que van a llegarnos, más allá de las cascadas de escalas que puedan llegar después. Esa forma en la que moldea el sonido, dándole un carácter propio, haciendo de una nota caprichosa y voluble otra firme y resolutiva es lo que mantiene verdaderamente la esencia de la música. Como si su arco supiera respirar con la cadencia de sus compañeros, el grupo se empastaba sólidamente dentro del espacio para el juego que da el swing.
El concierto continuó con La bicyclette, un conocidísimo tema de Yves Montand en el que el cuarteto demostró los años tocando juntos. Ramos mantuvo ese caminar en el que se auparon sus compañeros, seguros de que los pizzicatos del contrabajista no iban a dejarles caer. La voz y la rítmica de Zaldívar no quedaban atrás y te llevaban por ese París en bicicleta, enamorándote, como Montand, de Paulette. El final del tema sumió al público en un silencio profundo cuando los músicos bajaron a dinámicas de pianísimo, como un solo cuerpo sonoro, hasta la nada.
Tras un momento tan delicado como este, Raúl Márquez aprovechó el siguiente tema para coger el micrófono de petaca, ajustárselo en la trabilla del vaquero y salir a tocar entre las mesas. El público lanzaba alguna que otra carcajada y espontáneos gritos alborozados al sentir cómo el violinista les hacía partícipes del concierto, más allá de las tarimas. El ánimo se fue tan arriba que Márquez acabó saliendo del local y, sin que dejáramos de oír un violín que, aunque estaba lejos del alcance de la vista, seguía escuchándose por los amplificadores, asistimos con pasmo a ese desparpajo que caracteriza al violinista y que terminó por obligar a un taxi de la zona a parar en medio de la calle antes de que Márquez volviera al Central.
Con Douce Ambiance atestiguamos la soltura con la que tanto Sánchez como su compañero de cuerda frotada son capaces de elaborar citas en estilo barroco dentro del jazz manouche y Double Jeu fue el tema que exigió el bis ante la demanda de quienes escuchábamos. El extra fue La Belle Vie, un tema compuesto en el Sur de Francia por Javier Sánchez que nos devolvió a nuestra realidad tras el viaje, envolviéndonos en una suave balada y dejando atrás todas las energías que habían rebasado los temas previos.
El concierto fue en definitiva un canto a la diversión, un manifiesto a favor de la risa y de lo que supone compartir la música de esos años y en ese estilo. Menil supo hacer que el público se sintiera parte del grupo, rompiendo esa cuarta pared que, en muchas ocasiones, supone todo un abismo entre quienes hacen música y quienes la escuchan. Saber compartir de esa manera la historia, la memoria y la música que nos une, es lo que nunca dejará de conectarnos como seres humanos.