Texto: Ramón García / Fotografías: Goio Villanueva
Han pasado cuatro décadas desde que un jamaicano nos descubrió que un disco de jazz, a piano solo, podía ser tremendamente divertido. El pianista era Monty Alexander y el disco se titulaba So What (1978). Acompañado por una sólida y eficiente sección rítmica compuesta por Paul Berner al contrabajo y Jason Brown a la batería, Alexander se subió al escenario de esta vigesimotercera edición del festival internacional de jazz de San Javier.
Llama la atención, en estos tiempos de distanciamiento, la enorme cercanía entre los tres músicos, concentrados en el mínimo espacio posible, justo el centro del amplísimo escenario de Parque Almansa. Y es quizá esta la mejor forma para definir lo que musicalmente ofrecieron, una música directa y cercana. En ocasiones puede que demasiado sencilla –que no fácil de ejecutar– y un tanto juguetona. Monty puede que ya piense más en la diversión y menos en la complicación, aunque la combinación de ambas características ha sido una constante en su carrera. Por otra parte, la noche estuvo repleta de ritmo, algo también muy presente en su estilo, en el que siempre ha mostrado predilección por pianistas como Thelonious Monk o Ahmad Jamal.
Comenzó con algunos temas más bop, como una versión acelerada de su original Reggae-Later o una adaptación del tema pop de Roger Nichols y Paul Williams We´ve Only Just Begun, pero sus orígenes caribeños no tardaron en aparecer, y no pasaban los diez o doce minutos de concierto cuando ya nos deleitaba con una de sus más celebradas versiones de su paisano Bob Marley, un sentido No Woman No Cry, que formó parte del homenaje que el pianista le dedicó en su disco Stir It Up (1999). El ritmo del reggae y un soft-funk perfectamente ejecutado por las baquetas de Brown embelleció las modulaciones de Alexander sobre un tema de por sí fascinante.
Una de las grandes habilidades de Alexander ha sido siempre saber mezclar sus raíces con las de la música norteamericana, y eso queda demostrado con interpretaciones de standards como fue el caso con el tema de Nat King Cole, Nothing Ever Changes My Love For You, en la que hubo un giño al As Times Goes By de Casablanca durante su swinguero solo.
No faltó el calipso, estilo que suele frecuentar, con el tema Funji Mama, y las correspondientes baladas, en este caso el Night Mist Blues de su admirado Jamal o la versión a ritmo de reggae lento del famoso What´s Going On de Marvin Gaye, en la que demostró su dominio con los bloques de acordes.
Sorprendió con una curiosa adaptación del famosísimo Adagio del Concierto de Aranjuez al que imprimió cierto aire de habanera durante la interpretación de la melodía, y demostró también su dominio sobre un instrumento poco habitual en el ambiente jazzístico: no debe ser nada fácil pasar de un piano de cola a las pequeñas teclas de una melódica, pero el jamaicano parecía divertirse mucho mostrando su virtuosismo con ese pequeño instrumento de sonoridad cercana a la armónica. Con él interpretó en solitario pinceladas de Summertime y Strangers In The Night que acabaron, ya sentado nuevamente al piano, a ritmo de reggae con King Tubby Meets the Rockers Uptown. Una breve versión de Brazil fue en la que se apoyó para la despedida.
Previo al reclamado bis, le fue entregado por la organización del festival de San Javier el premio de esta edición por su contribución a la historia del jazz y, quizá espoleado por ese honor, recurrió para terminar a uno de los grandes himnos del estilo, el algo manido pero siempre efectivo When The Saints Go Marching In. Así, al compás del dixieland más primitivo, se despidió Monty Alexander. Esperemos que los santos le dejen desfilar en muchas más ocasiones por nuestros escenarios.