Las Noches del Botánico: Mulatu Astatké y Cimafunk, implosión y explosión en el Botánico

Texto: Federico Ocaña / Fotografías: Víctor Moreno & Las Noches del Botanico #NDB2022

Mulatu Astatké salió al escenario de Las Noches del Botánico con algo parecido a un uniforme de gala, con los colores de su tierra brillándole en la camisa, cubierta a su vez por una chaqueta oscura. Quién sabe si protegía su salud o se blindaba ante el vacío de las gradas, como refugiado mentalmente en tiempos más fríos, en locales más pequeños, de acogida más calurosa. El septeto que le acompaña en los últimos años, incluidas varias (bastantes) visitas por nuestro país, un septeto bien comandado por el saxo James Arben, había aparecido instantes antes, con una presentación cuya rapidez contrastó con la presencia lenta, medida, sabia, del veterano multi-instrumentista etíope.

Hay conciertos cuya suerte se dirime en el movimiento epiléptico de los focos y el alcance del sonido hasta la última fila. Más allá del calor asfixiante, que sin duda mermó algo de ese alcance, la propuesta de Astatké va claramente en la línea contraria: un concierto dedicado a la primera línea de público, un público que, hay que decirlo en su favor, se posicionó de pie lo más cerca posible de los músicos (en su contra, diremos que no acabó de entrar en la dinámica de la audición y que malinterpretó esa cercanía como una carta blanca para charlar sin medir el tema ni el tono).

Los primeros compases del concierto marcaron la pauta del resto; así, Arben y el violonchelista Danny Keane se erigieron en soportes carismáticos del grupo. Astatké, después de participar activamente al vibráfono en los dos primeros temas, alternó después principalmente el teclado y la percusión. El solo de free jazz con el que Arben abrió su turno dio paso a un segundo tema menos vibrante, con una de esas estructuras armónicas sobre dos acordes que nos hacen pensar, por su aparente monotonía, en un viaje mental: “Yekermo Sew”. En esta ocasión, la interpretación de Astatké y su grupo nos dejó solos de trompeta y vibráfono, cambios de ritmo bien capitaneados por bajo, percusión y piano y la complicidad con un auditorio que reconoció la composición, perteneciente a la banda sonora de “Flores rotas” (Broken Flowers, 2005) de Jim Jarmusch, la película que devolvió el ethio-jazz a la escena internacional.

Keane, en pizzicato y dobles cuerdas, Arben y Richard Olatunde Baker en la percusión y liderando también por momentos a la banda y al público, al que quiso hacer partícipe una y otra vez, sostuvieron los siguientes temas, que fueron del funk al más puro ethio-jazz, con una fuerte base rítmica, muy compleja, y que vieron un par de solos de Mulatu en la caja y una improvisación de John Edwards al contrabajo. El concierto concluyó con el público disfrutando de temas como la fusión latino-africana de “One For Buzayhew” o el más conocido “Yegelle Tezeta”, empleado también por Jarmusch en “Flores rotas”, con Alexander Hawkins, que había estado discreto al piano, aquí al órgano.

Si la actuación de Astatké dejó buen sabor de boca sobre todo entre las primeras filas, como una implosión en que la onda se concentra y se reduce, en la de Cimafunk, quienes más y más cerca se entregaron a su música acabaron literalmente subidos (subidas) al escenario y los demás, hasta el último asiento, no menos entregados. El músico cubano, encumbrado en las últimas fechas con colaboraciones con grandes como Chucho Valdés, entró en escena con mayor apoyo de focos, con más ruido, en general, a su alrededor, sin violonchelo ni percusión africana, sí con dos percusionistas más batería, guitarra y bajo eléctricos, teclados, trombón y saxo, sí con un público más numeroso, solitarios recién llegados o jóvenes parejas y familias provenientes del goteo que propiciaba una temperatura algo más moderada.

Como una declaración de intenciones, Cimafunk sacudió la noche con “Caramelo”: “Lo que te falta, lo tengo yo / Lo que te gusta, lo tengo yo / Lo que te mata, lo tengo yo / Lo que te engancha, lo tengo yo / Lo que te mueve, lo tengo yo / Lo que te sube, lo tengo yo”. No defraudó a sus seguidores, que poblaban la platea, liberada de butacas como en la actuación previa, y que se engancharon, se movieron, no dejaron de bailar y acabaron como decíamos, bailando junto al cantante y su banda.

Presentaba “El alimento” (Terapia Productions, 2021), un disco que pareció incluso poco atrevido en comparación con el directo, poderoso, sin vergüenza, desinhibido. “Yo lo que quiero es cocinarte”, entonaba en su segundo tema de la noche, plagado de gritos y contorsiones con referencias sexuales poco sutiles. A los que lo han comparado con James Brown o Bruno Mars habría que pedirles que dejaran el nombre del segundo a una distancia prudencial y reservaran a Cimafunk un hueco más cercano al gran James Brown.

No sólo de sexo vive el hombre, aunque principalmente: “Te Quema La Bemba”, cantó después, mezclando sones cubanos, salsa, bolero, con rapeo y groove, funky en “La Papa”, o “Paciente” (extraído de su primer álbum, “Terapia”, publicado por Mala Cabeza en 2020), en cuyos tres primeros minutos se dedicó a agitar al público con un leve rapeo acompañando a la percusión y al provocativo baile de los miembros de la banda.

Hay algo salvaje en sus letras, algo que nos lleva al origen popular de todos estos estilos, que unen Nueva Orleans y Nueva York pasando por La Habana, instalándose en La Habana, mejor dicho. A fin de cuentas, eso es Cimafunk: la raíz afrocubana de los esclavos liberados, “cimarrones”, y el timón de su estilo, el funk. A medida que avanzaba la noche, los músicos se iban liberando, en efecto, incorporándose al espectáculo de saltos, bailes y solos, casi sin tregua para los aplausos.

Cimafunk defendió durante hora y media “El alimento”, pero, lo que es más importante, prendió la mecha para que sus audiciones y contrataciones subieran a partir de esa noche como la espuma. En esas circunstancias, de nuevo instalado en la metáfora medicinal, trasladó la terapia del sexo a la música, permitiéndose el lujo de concluir el conciero con la primera pista del disco, “Funk Aspirin”, de George Clinton, uno de sus padrinos musicales.

No quedó ahí la actuación. Gracias a la petición popular, se fue algo más tarde, con “Me Voy”. Era la manera más coherente de despedir la noche: con otra descarga, otra explosión más, otra invitación a pegar los cuerpos (“Otra vez nos fuimos / Down, down, down”) y dejar a un lado la moral.

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