Texto: Ramón García / Fotografías: Contraportada
La XXVIII edición del Festival de Jazz de Almería — bajo la denominación Almerijazz a partir de esta nueva edición— ha llegado acompañada de esta nueva realidad que nos ha tocado soportar y que hace de los conciertos algo diferente a lo que estábamos acostumbrados.
Aforos reducidos, imposibilidad de intuir las expresiones del respetable debido a las mascarillas y, por debida responsabilidad, omisión de las tradicionales reuniones previas y post concierto, perdiendo ciertamente una parte importante del disfrute de un festival: el ambiente que lo rodea.
Dicho esto, tras tantos meses de sequía musical en directo, el primer concierto, celebrado este pasado sábado 31 de octubre en el Teatro Apolo de la capital almeriense, fue autentica ‘gloria bendita’ para aficionados.
Este inicio de festival ofrecía una propuesta, en principio, más orientada al flamenco que al jazz: el dúo formado por el guitarrista flamenco Niño Josele y José Heredia, vástago este del primero, que se inicia en las procelosas aguas de la fusión entre dos de los estilos más complejos de la música: el flamenco y el jazz.
Ambos presentan un proyecto común titulado Colores, que de momento no tiene reflejo discográfico, basado en un repertorio intimista, en su mayor parte, con claras influencias de la banda y del pianista a quien Josele ha acompañado en esta última época por medio mundo: Chick Corea.
De Niño Josele poco más se puede decir a estas alturas siendo una figura de referencia en la guitarra flamenca con una dilatada y premiada carrera artística. Es más que evidente su apurada técnica y su soltura en sus derivas improvisadas cercanas al jazz.
José Heredia apunta maneras al piano, sobre el que despliega ya un incipiente virtuosismo y una clara sensibilidad, siendo más ducho en el lenguaje y fraseo flamenco —algo totalmente lógico y natural en ese músico — que en el jazzístico. Cuando logra zafarse de la férrea mirada del padre y la excesiva influencia «coreana», despuntara un músico de lo más interesante. No obstante, ya se le apreciaron durante este recital momentos brillantes, tanto a piano solo como en sus diálogos con la guitarra paterna, frente a la que, en ocasiones, logró ser incluso más preciso en los arreglos y melodías.
El concierto comenzó con una tanda de tres temas de carácter intimista. El primero de ellos, con aires cubanos, dedicado al gran Bebo Valdés, con quien Josele tuvo la suerte de compartir escenario en alguna ocasión, y donde Heredia ejerció la mayor parte del tiempo como sólido acompañante de su progenitor. El segundo, un arreglo inspirado en una melodía cinematográfica, ya sí permitió algún espacio para la improvisación a piano solo. En el tercero Josele nos regaló una improvisación bastante inspirada a solas con su guitarra.
Entrando en la parte central del concierto apareció el influjo de la reciente pertenencia del guitarrista a la Spanish Heart Band, con la interpretación del famoso Zyryab del maestro Paco de Lucía, y la excelente adaptación para piano y guitarra de la mini-suite Touchstone de Chick Corea. Ambas composiciones formaban parte del repertorio de la última y multicultural banda del afamado pianista norteamericano, por lo que Josele las tiene bien asimiladas. El ‘niño del niño’ se soltó un poco más en ambos temas, ofreciendo momentos realmente brillantes al piano. En estos dos temas, los más largos del recital, fue donde padre e hijo alcanzaron su mejor compenetración.
Con una bulería dedicada al gran Paco, siempre presente, se despidieron casi sin dar posibilidad de petición de bises.
En definitiva, un concierto breve —una hora y diez escasos minutos— pero disfrutable, que dejo al oyente con ganas de más, en todos los sentidos.
Lejos queda este dúo, por ahora, de propuestas mucho más curtidas como las de Tomatito y Michel Camilo o Chicuelo con Marco Mezquida, por poner dos brillantísimos ejemplos en este tipo de benditos experimentos. Aun así, auguramos un futuro brillante a esta sociedad musical paterno-filial.