Texto: David Sanz Frías
Fotos de Julián Lona, cedidas por Festival JazzMadrid
Tres guitarras y algunos pedales de efectos sobre una alfombra esperaban al maestro Pat Metheny, que apareció todo vestido de negro. No serían las únicas guitarras que tocaría. La noche que vivimos en el Auditorio Nacional de Madrid fue una lección de la música que se puede sacar a este instrumento, una prueba de lo completo y versátil que es. Y un músico que ha grabado 53 discos –él mismo se sorprendió al percatarse de su producción– tiene mucho que decir a este respecto.
Así que el veterano guitarrista de Misuri se sentó en un taburete en el centro de la sala Sinfónica del Auditorio Nacional frente a las más de dos mil personas que abarrotaban la sala y tenían ganas de escuchar buen jazz en directo. Un hombre solo y su(s) guitarra(s) rodeado de público, eso sí, con muchas ganas de escuchar su música.
Metheny, en una larga perorata (él mismo reconoció que iba a hablar más que en todos los conciertos juntos que había dado en la ciudad años atrás), explicó cómo llegó al instrumento. Fue viendo en la televisión a Los Beatles (sí, una vez más, Los Beatles) cuando decidió que quería tocar ese instrumento y no la trompeta, que era el instrumento que, por tradición familiar, le hubiera tocado aprender. Más tarde su hermano le hizo escuchar un disco de Miles, Miles in the Sky (sí, una vez más, Miles, así son los grandes), y entonces el joven Metheny encontró su camino.
Un camino que le ha llevado, tras 53 álbumes de estudio, repetimos, a ese conocimiento experto del sonido de las diferentes guitarras acústicas que toca en esta gira. Así, comenzó a desgranar su discografía.
La primera parte fue la más acústica, la más pura, casi sin efectos, el Metheny de Beyond the Missouri Sky, álbum auspiciado y tocado junto a su gran amigo Charlie Haden. Metheny es un maestro de la interpretación y usa todos los recursos a su disposición para que los temas se desarrollen de forma natural, sin perder nunca su estilo y agarren al público sin soltarle hasta el final de la canción: la guitarra arpegiada, rasgueada en ocasiones, las progresiones armónicas guiadas por las líneas de bajo, las dinámicas, y todo siempre al servicio de la melodía. Porque Pat Metheny es un guitarrista (cuando quiere) muy melódico y quizá esa sea una de las razones por las que gusta tanto al público.
Después, agarró la guitarra barítono y pasamos al sonido de One Quiet Night. Según explicó él mismo, un instrumento que le sugirió ideas nuevas que no tienen nada que ver con los discos precedentes.
Con la guitarra barítono se sentía muy cómodo. Explicó que era como disponer de dos cuerdas de violín, otras dos de viola y las últimas dos de violonchelo, un sonido único que cambia la manera de componer y tocar el instrumento. Sin embargo, el estilo de Pat Metheny es muy reconocible sin importar la guitarra que toque. Así como son claras sus influencias, incluyendo la bossa nova, algo que dejó claro con la interpretación libre, como no podía ser de otra forma, de “La chica de Ipanema”.
Apareció entonces una cuarta guitarra, que alguien bautizó como la guitarra Picasso, una guitarra con dos mástiles y cuarenta y dos cuerdas. Y, hablando de Picasso, a continuación llegó el momento más abstracto de la actuación, con Metheny cogiendo de nuevo una acústica y desatado en el lanzamiento de efectos, donde, aquí sí, lo importante eran el ritmo y las capas de sonidos superpuestas, mientras la armonía prácticamente desaparecía del todo. Quizá podríamos llamarlo “Thrash jazz” o “Jazz industrial”, en analogía con los estilos de rock.
Siguió el guitarrista repasando su trayectoria, con temas de MoonDial, su último lanzamiento, siempre con tiempo para versiones como “Here, There and Everywhere”, una preciosidad de tema que Metheny sabe interpretar como nadie y llevarla a su terreno.
El público quería más y el bueno de Pat, que se las sabe todas, tenía preparado un truco final para el primer bis. Retiró, una a una, cual mago, las telas que cubrían los instrumentos y la maquinaria que usa para The Orchestrion Project y comenzó a lanzar loops, primero con un bajo, después con una guitarra, y, finalmente, apareció la máquina musical creada especialmente para el citado álbum, con Metheny improvisando, ya con una eléctrica, sobre todas esos sonidos que ya llenaban por completo la sala Sinfónica.
Este tramo espectacular, efectista, dio paso a la parte más jazz del concierto, con Metheny improvisando sobre la base de un bajo que él mismo grababa y lanzaba, primero sobre un blues y después sobre un standard. El público, al que Matheny había llevado hasta ese momento como el flautista de Hamelín, cayó rendido a sus pies y aplaudió puesto en pie para que volviera a salir a tocar un tema más. Que no fue uno solo, porque el respetable quería aún una más y pidió un tercer bis, algo muy caro de ver en estos tiempos.
Pero Pat Metheny sabe que el público lo es todo (también por eso es un grande) y volvió a salir, después de más de dos horas de concierto, para interpretar “And I love her”, de Los Beatles. Y así se cerró el círculo: un joven de Misuri que quería ser guitarrista porque vio al cuarteto de Liverpool en la televisión, haciendo, 60 años después, una bellísima versión de un tema de esta banda en el Auditorio Nacional de Madrid frente a más de dos mil personas, ya absolutamente rendidas a él y a su música.