Por Miguel Valenciano.
El lunes 2 de Julio fue una de las fechas señaladas dentro de la programación del ciclo Noches del Botánico, que tiene lugar durante los meses de Junio y Julio en el Jardín Botánico de la Universidad Complutense de Madrid. En este genial marco, el legendario guitarrista de jazz, Pat Metheny, actuaba con el espectáculo de su gira A Night with Pat Metheny, con el que se presentaba por segunda vez en Madrid, como él mismo recordó en un interludio, razón por la cual había decidido construir un set list con variantes respecto a su última visita (todo un detalle para con sus fans).
El show comenzó con nuestro protagonista sentado frente al público, con la única compañía de su peculiar “guitarra” electroacústica de nombre Pikasso, diseñada por y para él. Es habitual verle con instrumentos customizados y, en este caso, el artilugio es una pieza de ingeniería con varias secciones de cuerdas (para un total de 42) incrustadas en diferentes aristas del instrumento, a modo de pequeñas arpas, y otro set de cuerdas graves, proporcionando una rica sonoridad y barriendo todo el rango de frecuencias. Tras el preludio, y ya con su cuarteto sobre el escenario, el combo empalmó varias piezas de corte más clásico, llenas de swing (a su particular manera), ofreciendo un primer tercio de show correcto en la ejecución, pero algo frío, probablemente acusando una sonorización que tardó en ajustar las piezas para el disfrute del público. No fue hasta pasada la media hora, y ya con una mezcla equiibrada, que el guitarrista se dirigió al púbico de viva voz, marcando un antes y un después en lo musical, pero también en su conexión con la audiencia. En ese momento emergió el mejor Metheny, contagiando a sus compañeros de tablas: Linda May Han Oh, de sonido más preciso que profundo, al contrabajo; el pianista británico Gwilym Simcock y el enérgico batería mexicano Antonio Sánchez. Desde ese momento, el cuarteto funcionó como un ensamble modular, construyendo subformatos dentro de la formación, que pasó por dúos de Metheny con cada uno de sus músicos y dando lugar a algunos de los mejores momentos del show. Especialmente intensos fueron los diálogos con el polirrítmico Sánchez, aunque también pudimos disfrutar de la capacidad solística de Han Oh, quien construyó un par de solos muy melódicos, bellísimos y de sonido pulcro.
Nadie puede cuestionar o descubrir, a estas alturas, la virtuosa capacidad armónica y melódica de Metheny, quien a lo largo del recital empuñó cuatro guitarras diferentes, cada una con su particularidad sonora. Desde el sonido más ortodoxamente jazzy, hasta el jazz-rock más afilado, pasando por los citados pasajes acústicos y la expresividad de una guitarra clásica, Metheny domina todas las suertes de su instrumento: es un compositor reconocible, toque lo que toque, además de un generador infinito de melodías precisas y efectivas, sin dejar de lado la riqueza tímbrica de sus desarrollos armónicos. Quizás es con su faceta como baladista con la que más conecta un servidor, ya que ante la ausencia de velocidad, vértigo y volumen, sale a relucir la delicadeza y expresividad de su imaginación, canalizada a través de sus dedos. Una maravilla fue su intervención abrazado a la guitarra clásica, demostrando que pocos secretos musicales se le resisten.
En definitiva, los clásicos lo son por algo, y Pat Metheny es uno de ellos. A decir verdad, se agradece disfrutarle en formatos reducidos ya que, cuanto más desnuda, más atractiva se rebela su música. Que siga vivo el mito.