QUIQUE RAMÍREZ, CONECTADO AL PULSO DE LA TIERRA Y SU LATENCIA

Quique Ramírez
Quique Ramírez

Liderar una formación de jazz ha sido una tarea históricamente asignada a los responsables de la línea melódica. Sea por el protagonismo que asumen estos instrumentos o por la personalidad y el carisma de sus intérpretes, reforzado con altas dosis de mitomanía, sea por la romántica responsabilidad de asumir la carga de la creatividad (no vamos a entrar aquí en consideraciones estéticas y psicológicas de este género), ha costado reconocer la labor de la sección rítmica. Pero el avance de la historia, y con ella la bifurcación, el mestizaje y la evolución de los géneros musicales, a veces supone mirar hacia atrás, conectarse a las raíces, a la tierra, y ahí emerge, en el jazz, la figura del baterista. Quique Ramírez, que acaba de publicar su segundo disco, “Connected to Earth” en el sello Petros Klampanis, es uno de esos músicos que obligan a mirar hacia atrás, o, si se prefiere, hacia el fondo de la agrupación en una sala, porque no se limita a ser mero acompañante, no es un espectador de lo que pasa, sino un músico con voz propia.

Texto: Federico Ocaña

@federico_ocana_guzman

El batería valenciano había conseguido captar la atención con “Through The Darkness” (PK, 2022) con temas como “The Microtiming Man”, con alma de manifiesto, o “One”. Ya en ese debut discográfico encontrábamos variedad rítmica, sencillez -que no simpleza- de las líneas melódicas, querencia por la progresión hacia un cierto tono épico que le acerca al jazz-rock y por los cambios de tempi hacia ritmos más acelerados próximos a la música electrónica, muy del gusto de Mark Giuliana, por citar un experto de esta fórmula -no en vano Giuliana fue uno de sus referentes en su formación neoyorquina.

A esta sonoridad contribuye decisivamente en “Connected to Earth” el saxo de Daniel Juárez, con quien colabora habitualmente. Juárez es uno de los tenores más solicitados, inspirados, con más “energía” de la actualidad, contenido aquí en la ejecución de las melodías, pero capaz de ofrecer solos brillantes y arriesgados, a medio camino entre capas de sonido post-bop y golpes de avant-garde o jazz-rock. El saxo destaca en composiciones como las del batería valenciano, en las que se combinan precisamente esa primera vertiente calmada y templada con momentos vibrantes en crecimiento e intensidad, por ejemplo en “Latency”, donde Diego Hervalejo, al teclado, recibe la réplica de Quique Ramírez tanto en el solo del primero, como en la improvisación final del segundo.

“Microtiempo” y latencia son indicadores de la preocupación de Quique Ramírez por esa “conexión con la tierra” que pasa por acelerar o retrasar el sonido, por poner una lupa encima del metrónomo y analizar la pérdida -literal- de tiempo, el retardo, la mínima fuga que está en la base fisiológica y tecnológica de nuestra relación con la música y con el sonido en general y que, en tono de humor, podríamos catalogar con ese “Jazz Snob” que da título a la “Impro IV” que cierra el disco y que, junto con “Connected to Earth” (que cuenta con un cuarteto de cuerdas de apoyo) supone la composición que más invita a la meditación.

Este “Connected to Earth”, interpretado por Daniel Juárez al saxo tenor, Diego Hervalejo al piano, teclado y sintetizador, Miquel Álvarez al bajo eléctrico y Quique Ramírez a la batería y composición, pasa por ser uno de los descubrimientos del año, un disco que reserva sorpresas para todo tipo de oyentes. Alterna momentos de protagonismo para cada uno de los músicos del cuarteto de jazz, momentos de sonoridad minimalista (“Jazz Snob”), noventera, de rock (impresiona la apertura del disco con “This!”, tanto en el bajo y los golpeos de Álvarez y Ramírez como en los solos de Hervalejo y Juárez, o la “Impro I – Oh Jeez”, con, de nuevo, un Álvarez fundamental), electrónica (en “Euterpe”, por ejemplo, buscan esa sonoridad el sintetizador y la guitarra de Juán Dhas, bien sincopados por la complejidad rítmica de Ramírez a la batería), world music y funk con toques pop (“Springtime in Amsterdam”). Quique Ramírez consigue, como en su anterior trabajo, un disco tan ecléctico como cerrado, con un estilo personal, con composiciones que llegan a ser pegadizas, siempre impulsadas por, lideradas y apoyadas en su labor como batería.

El disco cuenta con las colaboraciones de Alina Engibaryan a la voz, Juán Dhas a la guitarra y el cuarteto de cuerda integrado por Dante Bertolino, Rodrigo Gomes, Lester Mejías y Cecilia Martínez.

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