Texto: David Sanz Frías
Mucho blues pero aliñado con funky, rock, jazz e, incluso, metal. Porque Robben Ford es un guitarrista completo que se ha convertido por méritos propios en una leyenda de las seis cuerdas. Se presentó en el Teatro Pavón en formato de trío, con Ross Stanley al órgano Hammond e Ian Thomas a la batería.
El concierto comenzó con un clásico de Ford: “Go”, de su álbum Pure. Ya desde los primeros compases del tema se puso de manifiesto lo que iba a deparar el resto de la noche: mucha potencia, hasta el límite de lo aguantable, y un blues siempre rayando con otros estilos, en este caso, con el funky.
Robben Ford habló poco. Apenas presentó algún tema y a sus músicos, claro. Lo que tenía que decir, lo decía con su guitarra, muy preocupado por el sonido y la afinación, y con su voz. Porque Ford, además de gran guitarrista, es un buen cantante.
Mientras, desde el Hammond, Ross Stanley, siempre atento a lo que pedía el tema, le complementaba, le acompañaba o le apoyaba con notas al unísono. Tuvo también sus espacios para dar rienda suelta a los solos, bien desarrollados, demostrando que estaba a la altura del Ford. Cabe destacar un momento en el que Ford indicó al batería que dejara solo a Stanley y pudimos apreciar que él solo se bastaba para llenar la sala del teatro con su sonido y su gusto al tocar.
No vamos a descubrir aquí la destreza en los solos del guitarrista californiano, pero sí queremos destacar una faceta que, en ocasiones, pasa inadvertida: el oficio al acompañar, los recursos musicales y sonoros que sacaba de su instrumento mientras se desarrollaban los solos de su compañero. Ford es un guitarrista completo en todos los sentidos: tocando todos los palos, acompañando o soleando, con sentimiento y, cuando es necesario, con velocidad y precisión.
Ford deleitó al público con una cañera versión de la canción de John Lennon, “Jealous Guy”. Después atacó “A Dragon’s Tail”, un tema que llevó hasta rozar los sonidos del rock metal y en el que demostró su técnica depurada. También versioneó, como no podía ser de otra forma, blues más clásicos, como “Black Night”, de Charles Brown.
Del álbum Oasis, interpretó “Tiger Walk”, con un tempo contenido y ritmos funkies. En este tema, usó un efecto para su guitarra que simulaba sonidos de ecos de iglesia. Buena parte del público, a esas alturas, y aunque sentado, no podía parar de mover la cabeza adelante y atrás al ritmo de la música.
Quizá algunos espectadores echaron en falta un bajo y otros una sección de vientos. El volumen era bastante alto y tal vez molestó a quien tenga los oídos delicados. Nosotros preferimos quedarnos con lo que hubo: un trío que lo dio todo, que disfrutó en el escenario y que sonaba empastado como si llevaran siglos tocando juntos. Una locomotora arrollándote con buen blues.