Spike Wilner al frente de la reapertura del jazz en el Village de Nueva York

Texto, entrevista y fotografías: Caroline Conejero

El dueño de Smalls y Mezzrow habla del reto de la cultura tras la pandemia

Nunca antes una crisis global había alterado tan profundamente de lo personal a lo colectivo en todos los ámbitos de la vida diaria, sin dejar una industria, un aspecto, o un área del mundo sin convulsionar. Pero quizá, de todas, la industria de la cultura y del entretenimiento hayan sido las más castigadas.

La pandemia ha puesto en suspenso a la industria musical en todo el mundo y su impacto económico va a ser devastador a una escala desconocida hasta hoy. Tras tres largos meses de confinamiento forzoso en la mayoría de las ciudades del planeta la cultura del jazz emerge frente a un descorazonador panorama de clubes cerrados, tours cancelados, conferencias y festivales suspendidos, conservatorios e instituciones en el limbo, músicos y profesionales sin trabajo.

Con el público en su mayor parte aun semi-confinado y sin signos a la vista de un retorno rápido a ‘la normalidad’, la presión aprieta especialmente a los dueños de los clubes pequeños de la escena de la música en vivo, que bajo orden de clausura ven con impotencia acumularse las facturas mes a mes tratando de reinventar como generar beneficios. En el centro de la crisis de la pandemia en Nueva York, Spike Wilner, dueño del Smalls Jazz Club y del Mezzrow Jazz Club, dos de los clubes más vibrantes del corredor de jazz del Village, se prepara para resucitar a ambos del hundimiento de la economía, un estado que algunos han calificado de ‘coma inducido’ más que de recesión.

“Con la situación de altos alquileres y poco apoyo estatal es difícil pensar en el futuro”, –señala Spike Wilner–. “Tenemos 25 personas del staff sin trabajo; además de los músicos, que muchos viven de mes a mes; y mientras tanto los turistas han desaparecidos. Nadie sabe cuándo volverá la Cultura. Lo único que podemos hacer es esperar y ver qué ocurre, nos encontramos en un momento de espera.”

El hecho de ser a la vez músico y educador confiere a Michael “Spike” Wilner, New Yorker de pura cepa nacido el 16 de junio de 1966 en Manhattan, una visión orgánica de la cultura del jazz más allá del concepto de una gran comunidad de artistas con necesidades específicas. Wilner ve el jazz como el gran proyecto común dedicado a la excelencia de la música, centrado en la integridad y la espiritualidad, que, con una larga tradición de humanidad y contestación a la espalda, la dotan del poder de inspirar, sanar y unir a la gente.

En días normales es fácil encontrar a Wilner en alguno de los dos clubes cuya corta distancia entre sí, ambos se encuentran en la misma calle 10th, transita con solo cruzar la Séptima Avenida. Se le puede escuchar al piano tocando con alguno de sus grupos de jazz, o discutiendo un punto estilístico sobre alguno de sus maestros musicales; o simplemente hablando con algunos de los turistas atrapados en las largas colas de espera para entrar a Smalls, ávidos por conocer el sótano de jazz más celebre del mundo.

Tratándose de pequeños locales con un aforo limitado, ambos clubes albergan más actuaciones diarias que ningún otro club en Nueva York, además del livestream y la grabación simultánea de los shows que ha generado uno de los archivos más extensos de conciertos de jazz en vivo de la historia presente. Una destreza de gestión que no deja de sorprender a más de uno entre los veteranos dueños de clubes de jazz neoyorkinos que le llaman a veces para preguntarle cómo lo hace.

Wynton Marsalis, que preside la organización de jazz más prestigiosa del mundo, el Jazz at Lincoln Center (JALC), le llamó por teléfono durante la pandemia para pedirle su colaboración en la búsqueda de nuevas vías de financiación no solo para JALC sino también para los músicos y los pequeños clubes de Nueva York. Wilner habla de la inspiradora conversación con Marsalis sobre la importancia de proteger la cultura del jazz: “Wynton está muy preocupado por la supervivencia de la cultura tras la crisis,” –comenta Wilner–, “cree que el impacto de la pandemia va a ser masivo y que golpeará seriamente por lo menos al 60% de la industria. Wynton cree que habrá que hacer lo que sea para sobrevivir, habrá que adaptarse y requerirá tenacidad y flexibilidad. Y aún así no todo el mundo sobrevivirá”.

Una pandemia que ha sido especialmente dura para la familia Marsalis con la pérdida del patriarca Ellis Marsalis, y que se ha cebado dolorosamente con los mayores de la familia del jazz, de la que ha arrancado páginas completas de la historia viva, algunos siendo el último eslabón de otras épocas: Wallace Roney, Lee Konitz, John “Bucky”  Pizzarelli, Manu Dibango, Tony Allen y otros grandes de la música.

“Para sobrevivir vamos a tener que perseverar” –explica Spike Wilner–. “Hay una cultura de jazz en el mundo que espera. Los músicos están deseando tocar y la población tiene más hambre de cultura que nunca. Es cuestión de esperar. Y sí, habrá que llevar máscaras, mantener distancia social y limitar el cupo de aforo.”

“Trabajar con Marsalis y los miembros de la Junta de la fundación Luis Armstrong me ha inspirado a buscar formas para salir de la crisis,” – comenta Wilner–. “En medio de la pandemia me di cuenta de que estaba por delante de la curva en un par de cosas. Primero, el habernos convertido en una fundación para la difusión y educación del jazz, la Fundación Smalls; un proyecto que iniciamos hace ya año y medio y que finalmente hemos digitalizado completamente en la nueva página web durante el confinamiento. Como fundación ahora podemos acceder a donaciones que permitan asegurar la sostenibilidad de los clubes a medio y largo plazo.”

“Lo segundo es”, –continua– “nuestro archivo de actuaciones en vivo en los clubes desde que pusimos el livestream en 2007, que ahora está disponible en la red y al que se puede acceder por medio de suscripciones a la página de la fundación SmallsLive.com. Tenemos un archivo de más de 18.000 shows con más de 4.000 músicos.”

Spike Wilner, que poco antes de la pandemia acababa de crear la Fundación de Jazz Smalls, ha aprovechado estos meses de encierro para hacer la transición a la nueva plataforma digital de la fundación que ahora alberga todo el formidable archivo de conciertos a los que se puede acceder por suscripción además de una serie de opciones para hacer donaciones y patrocinios a medida de todos los bolsillos. Un modelo de beneficio compartido que permite a los músicos beneficiarse de la venta de sus conciertos, así como de futuras donaciones y patrocinios.

“Tuvimos suerte, –comenta Wilner–, “Billy Joel nos dio un regalo sorpresa durante la cuarentena. Nos donó 25.000 dólares dinero que ahora estamos utilizando en nuestro nuevo proyecto de apertura en Smalls con bandas pagadas en livestream. Todo el mes de junio siete días a la semana para empezar a mover la vibra”. Las sesiones en Smalls están funcionando moderadamente bien gracias a las donaciones recibidas, tanto que Wilner acaba de anunciar la extensión del proyecto livestream hasta finales de agosto.

“La música no es algo que se puede hacer sólo; como músico necesitas una banda y necesitas un público”, añade Wilner.

Un público que por su parte echa terriblemente de menos el calor y la intimidad que se sienten en los pequeños clubes de jazz y la catarsis de la música en vivo compartida entre una audiencia reducida. Y aunque nadie sabe con certeza cuando y cómo se producirá el regreso a una “economía normalizada”, los dueños de clubes como Wilner saben que la cuesta será empinada y se dará en incrementos graduales. Hasta ese momento los aplausos del público serán en modo remoto.

Smalls Live Foundation / Mezzrow Jazz Club

 

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