Texto: Daniel Román
Fotos: Julian Lona
La domesticación sigilosa llevada a cabo en —y por— la modernidad, particularmente a través de la cultura, tiene todo que ver con la escucha: sonidos cromáticos, temperados, armónicos; lo “bueno” y lo “malo,” lo contemporáneo y lo primitivo.
Tal vez, la noción moderna del artista y la separación entre arte y vida esté asentada en la idea del genio: inexplicable y teológica, milagrosa y deslumbrante. Nietzsche mencionaba que, para los griegos, el único arte posible era el arte de vivir. Se trataba de la alimentación, de vivir mejor, de la danza, la “musi-ke” —la técnica de las musas— que, si la memoria no me falla, eran nueve (me viene a la mente Talía, la musa de la música popular, que en realidad es la musa de la comedia).
También en esta cuasi big band, como si esa fuera la finalidad performativa de Sun Ra, se busca esa imbricación entre la música y la vida cotidiana, sin escenarios formales, como en las fiestas dionisíacas o en la música Mapuche (si es que se puede hablar de “música” en ese contexto, pues un discurso sonoro no necesariamente cumple una función “musical” en un orden completamente distinto). Eso trae Sun Ra, aunque no con fines nostálgicos, sino políticos. En una sociedad donde no se reconocía a algunos como personas (un esclavo, un niño, un inmigrante indocumentado, deambulan en esos espacios intermedios donde se es persona en tanto se respira y se come, pero no en tanto se vota o se tiene igualdad de derechos), necesariamente se buscan otros lugares y expresiones: un relato musical en el cual renacer —sin culpa— con propiedad: África.
Nina Simone, Muhammad Ali o Malcolm X desvelaron la mentira de sus nombres: sus apellidos eran los de sus esclavistas. En la infinidad de géneros musicales creados por africanos en América, el jazz aparece con esta propuesta delirante y provocadora. Una “big band” desquiciada es otra forma de desafiar el mainstream de una industria que higieniza y apropia (como Jimi Hendrix–Eric Clapton; Little Richard–Elvis Presley; Jackson Five–Backstreet Boys).
Percusión, free jazz y el uso de armonías modales (como en Miles Davis o el funk y sus eternos ostinatos), como también el vestuario, representan un retorno a una africanidad perdida pero recuperada y cuestionada, una geografía —una estética— que es tanto africana como islámica. Una gran mezcolanza de brillos, percusiones, voces, tambores, bailes, dúos vocales, piano y contrabajo. También ragtime y un viaje por el vasto repertorio del jazz, donde se percibe un matiz irónico y performativo.
El rito y la fiesta son interrupciones que mantienen cierto equilibrio en una sociedad que parece alejarse cada vez más de estas experiencias dionisiacas y atemporales. Afortunadamente, la Sun Ra Arkestra nos recuerda su vigencia: una detención en un tiempo que no se detiene para viajar por un espacio en donde las reglas se atropellan unas contra otras ¡Space is always the place!