Texto: Rosa María García Mira
Fotos: Julia Trzebińska
El pasado jueves 23 de mayo, contábamos con la inmensa suerte de disfrutar de la música del cuarteto de Tivon Pennicott en el Jimmy Glass Jazz Bar de Valencia, un lugar único en este país; traen a músicos de Estados Unidos con frecuencia, que además suelen venir a España únicamente para estos conciertos (como ocurría hace no mucho con María Grand y Marta Sánchez). Es necesario agradecer, de nuevo, a este gran templo del jazz valenciano que programe con asiduidad a algunos de los mejores músicos del panorama mundial; no son pocas las personas que viajan de otras partes de España (como yo desde hace unos diez años) para asistir al emblemático club y disfrutar de sus propuestas. En esta ocasión, el saxofonista estadounidense presentaba su nuevo disco, Roots to Branches (2024).
Los padres de Pennicott son Jamaicanos, y llegaron a EE.UU. en los setenta. Creció en el sur del país, en Georgia, y para él Roots to Branches es una expresión de sus raíces caribeñas en confluencia con el jazz, sus ramas en Nueva York. “Lo veo como un florecimiento”, explicaba el saxofonista, compositor y líder de la banda. Es su tercer trabajo discográfico. El primero fue Lover of Nature (el significado de su nombre en hebreo), y el segundo Spirit Garden, para orquesta y con arreglos originales. No tiene pérdida, y no me cansaré de recomendarlo si son ustedes fanes de lo anacrónico y de la música de Hollywood de los años treinta, eso sí, con una mezcla de contemporáneo. Todos ellos aluden a la naturaleza de algún modo. Spirit Garden entronca con la idea de la comunidad, del bienestar social y la salud general (física y mental); mientras que Lover of Nature parece un trabajo más introspectivo, con cuarteto con piano y timbres mucho más tradicionales que lo que encontramos en su último trabajo discográfico. Spirit Garden encontraba la armonía y los arreglos minuciosos de Pennicott, dejando de lado la cuerda percutida.
En Roots to Branches, Pennicott vuelve a rescatar el piano, en formato de cuarteto con batería y bajo. Sin embargo, incorpora pedales para alterar su timbre de su saxofón tenor, algo a lo que también saca partido en el directo. Curioso es que en el disco sus canciones duran en torno a 3 minutos; nada más lejos de la realidad del directo, donde se da bastante más libertad a los músicos en los solos.
En el concierto, el líder se presentaba vestido de rojo chillón con numerosos colgantes y accesorios muy hippies, una gorra y unas gafas blancas que remataban el look moderno-pero-en-conexión-con-la-naturaleza. “La moda es algo muy importante para mí”, me aclaraba, “me encanta la moda vintage; todo es parte de una evolución de mi visión artística”. Lo acompañaron Idris Frederick al piano, Dean Torrey al contrabajo y Kenneth Salters a la batería, que son algunos de los músicos que figuran en Roots to Branches, pues cuenta con dos secciones rítmicas diferentes.
El primer set dio comienzo con «Faith In Grace», de Roots to Branches; una canción que sirve como presentación de la noche, creando un ambiente distendido. «Come Get Me» (de su primer trabajo discográfico) exponía un interplay muy divertido, como preludiando lo que iba a ser el resto de la noche; los músicos tienen verdadera conexión en el escenario y está claro que se llevan bien musicalmente. Hay una dualidad constante entre melodías alegres y oscuridad en el ambiente (una mezcla de reminiscencias jamaicanas, gospel con hip hop armónicamente complejo y jazz contemporáneo). «Never Been» fue una balada preciosa que empezaba con el etéreo acompañamiento al piano de Idris Frederick; fue una verdadera pena porque el micrófono no lució, aunque, sin embargo, el público acogió el error entre risas. “A veces me gusta tener un poco de squaks, es todo parte del show“, anunciaba entre carcajadas.
En ocasiones, parece que todos los músicos se iban de tiempo porque Kenneth Salters fluctuaba en el beat, deconstruyendo el pulso y siempre haciendo que el grupo confluyera en el mismo punto, como telepáticamente. «Celery Juice» es, personalmente, su mayor hit en este último disco -y mi canción favorita de la noche-. Todo el público la cantó sin rencor, como absorbidos por el mantra en favor de la salud y la limpieza que las apiáceas pueden ejercer en nuestro organismo. Con un cierto aire flamenco y con alternancia de improvisaciones de Frederick al piano en llamada-respuesta, se trata de un tema “juguetón”. No se pierdan, por favor, el arreglo para cuerdas de Spirit Garden.
En «Tell Me Again», con una atmósfera un poquito entre «A Love Supreme» y «All You Need Is Love», la voz de Pennicott cautivaba, y la creatividad de todos los demás integrantes era palpable. Dean Torrey hizo un solo al contrabajo deconstruyendo el vamp principal, ciertamente maravilloso (cada coro, más raro, como pasando por todas las vivencias que te da el amor). El comienzo de sus frases era siempre el mismo, y todas acababan de manera diferente. Además, Torrey expulsaba por la boca sonidos sexuales cuando toca a solo (todo un espectáculo). Esta es la canción del disco con mayores reproducciones de Spotify, y no me extraña nada. Los músicos hacen una música que se acerca al RnB moderno (de los que se hacen en el estudio), y se trata de una pieza tremendamente interesante. Los solos de Pennicott, con su transformación tímbrica a través de los pedales, con la batería de Salters, crean una atmósfera moderna y muy cercana a la música que escuchamos actualmente: una exploración sonora que acerca el jazz a la población general.
El segundo pase, tras la pausa para la cena, dio comienzo con «Translated» y con una virtuosa introducción a solo de Pennicott. Fue palpable la fuerza expresiva de Salters, el batería, quien aportaba colores diferentes constantemente, como nunca acabándosele las ideas. «Fermented Grapes» también se construye sobre una letra de amor y contó con un solo maravilloso de Idris Frederick. Todo lo cheesy que pueda ser la melodía de una canción de amor queda completamente erradicado con su piano. Frederick desdibuja constantemente las canciones de Pennicott, aportando una visión tremendamente moderna y joven a su música. El pianista tiene un estilo convulsivo y enérgico que cautiva y que no escucharán en ningún otro pianista actual.
«If I May Say So Myself» es un tema bluesy y con un groove backbeat tremendo. Empieza, de nuevo, con un solo de Torrey muy bello y cuidado. Las improvisaciones de Pennicott son sabias y serenas. Siempre comienza como entrando lentamente en su solo, para irse de vez en cuando de los cambios, cada vez yéndose más y más, hasta que poco a poco nos devuelve lentamente al principio del coro. Su despliegue de tradición y de lenguaje personal es original y divertido, y está claro que es un excelente improvisador además de un gran compositor. No puedo mentir: Estaba emocionada esperando el solo de Frederick y, desde luego, que su locura y su mezcla de tradición con vanguardia en su acelerada cabeza no nos defraudó.
«Let Our Hearts Decide» integra un elemento interesante que se repetía otras veces en el concierto, los pedales de Pennicott. Aquí, el saxofonista se loopeaba a sí mismo y cantaba por encima de sus melodías con el resto del grupo acompañando. Sonaba un poco como si fuesen pads, algo interesante tímbricamente. Esta es la canción que abre Roots to Branches, y en ella Salters también incorpora backbeat y nos recuerda a ese sonido RnB que tanto impregna este trabajo. “Follow your heart, let me be free” dice la letra hacia el final.
«Roots To Branches» da nombre al trabajo discográfico y se trata de una composición preciosa, en esa dualidad emocional que anunciábamos al principio del escrito. Salters comenzó con un solo muy interesante, pasándole la pelota a Frederick y acabando en un colofón con una coda a tenor, un solo de unos cinco minutos realmente mágico. Este fue su penúltimo show de la gira de presentación de su disco (el último fue en Málaga), algo que según Pennicott era algo muy especial para él. Se trata de un grupo muy unido, musical y personalmente. Pennicott decía: “Muchas de estas canciones están previamente escritas y luego, cuando se las llevo a la banda, terminamos de componerlas todos juntos. Es un reflejo del día y el estado de ánimo de cada uno, de nuestras experiencias pasadas”. Ellos se presentan cada noche y plantean el siguiente problema: “¿Cómo vamos a hacer que esto funcione hoy?”. Y en eso está la propia naturaleza de la improvisación en grupo, precisamente.
«Tour Life» cerró el último set, representando ese maravilloso viaje de los tours con amigos, compañeros y música diferente, la alegría de poder compartir su arte con el mundo. Es una mezcla de rapidez y de contemplación. Los músicos desplegaron una gran fuerza percusiva, especialmente durante el último solo de Pennicott. Sus improvisaciones son armónicamente complejas e hipnotizantes, aunque tradicionales y con sentido melódico. El tema pasa por muchos lugares, con un ostinato que se mantiene fiel a la forma. Quizás es la representación de ellos mismos en el entorno cambiante de los viajes y de las diferentes ciudades por las que transcurren. Al final, el cuarteto nos transportó a una infinidad de universos sonoros, siempre anclándose al lenguaje del jazz y a la improvisación colectiva, aportando una frescura muy agradecida en estos tiempos tan cálidos que pasamos por España.