Texto de Doménico Chiappe / fotografías de Fernando Tribiño
De gira con Jorge Roeder y Dave King, el virtuoso guitarrista paseó con libertad por los temas de “View with a room”, dentro del ciclo Villanos del Jazz.
Esta noche, Julian Lage tocará con la telecaster. Veo la guitarra recostada en el amplificador, bajo la tenue luz del escenario del Pavón. La voz musical de Lage está ligada a esta clásica Fender. Podría tocar cualquier cosa, claro, y sacarle su sonido. Ya el año pasado cumplía con un patrocinador que hizo un modelo con su apellido, un ejemplar más parecido a las Gibson que a su blusera compañera de cuyo diapasón extrae ese jazz tan particular y propio. Lage es de esos músicos a los que con tan solo escuchar dos compases, aunque sea un tema recién grabado, se le reconoce. Sea como líder de su trío o como sideman de músicos como Charles Lloyd. Su impronta resalta también en “View with a room”, el álbum con el que gira este otoño y con el que aterriza en el ciclo Villanos del Jazz. Entradas agotadas con bastante antelación por un público impuntual.
Con un solo de blues, Lage sentó al público y dio paso a uno de los temas nuevos, “Temple steps”, pero acelerado el compás. Hay un Lage de estudio que, aun cuando sus grabaciones sean a la vieja usanza con todos los músicos juntos, le descubre sosegado y preciosista. Y luego está el que en vivo se deja ir con fuerza e hibridez de estilos tan filtrada que, aunque recuerde algo a Jimi Hendrix que hacía jams con Miles Davis (nunca grabadas pero reconocidas por el trompetista) o Taj Mahal, siempre acaba en jazz. Sin pausa, y sin la intro del disco, Lage prosiguió con “Tributary”. En el escenario, este enorme músico se despoja de la melancolía que impregnan las paredes insonorizadas, mientras él mantiene las formas tímidas y agradecidas, que no se reflejan luego en sus dedos.
Después de unos seis minutos por cada una de las dos primeras canciones, lo que da una idea de la libertad que asume el trío frente al álbum, siguió con “Boo’s Blues”, un tema de “Squint”, su primer LP con Blue Note. Las composiciones de Lage parece caminos bifurcados que luego se juntan. Por un lado exploran las posibilidades de los acordes con garra diátona y poco complacientes, y por otra parte surgen los punteos que recorren los trastes y las cuerdas de extremo a extremo, en vertiginoso jazz modal de inéditas escalas. Pienso que quizás solo pueda ser comparable en la excelencia de ambos patrones con Joe Pass, aunque en los solos, tal vez por la forma de usar la derecha, recuerde más a Wes Montgomery. En todo caso, Lage está ya en ese olimpo de las seis cuerdas.
Trance cómplice
El antaño niño prodigio ha crecido. Maduro, saca un disco por año con temas suyos y se divierte en el escenario. Esta vez va bien acompañado por sus dos músicos de cabecera, el contrabajista Jorge Roeder, capaz de repetir los armónicos del guitarrista en su solo, y el batería Dave King, quien sacó percusión incluso del chirrido de su asiento. Los tres son cómplices en la improvisación, que en Lage es mucha y sorprendente, tanto que en una ocasión, avanzado el concierto, pidió disculpas a King por algún exceso que el risueño baterista, al contrario, aplaudió.
Había sin embargo un gesto inquietante en el guitarrista. Una incomodidad con la zurda, que alzaba, soplaba, estiraba y que interrumpió en un par de ocasiones su alargado solo. A pesar de aquello, el músico no renunció a lo que el corazón parecía dictarle. King y Roeder intercambiaban miradas y sonrisas cuando Lage cerraba los ojos, como el que mira para dentro. Cuando entra en trance, brotan mínimos espasmos de cuello, mece la cabeza, hay reflejos en el rictus de lo que sucede en las yemas de los dedos. Perfectamente acoplados, Roeder y King también tienen sus minutos, aunque Lage practica más los soliloquios que los diálogos. Cuando ha exprimido las líneas, el líder busca con la mirada a sus aliados, un contacto visual que les indica que está listo para lo siguiente.
Asombrosas dos voces
Otra cualidad de Lage, que desplegó en Madrid con su virtuosa naturalidad, es la de convertir la tormenta en calma y viceversa. Puede meter ruido con cuartas de rockero en codas para luego quebrar el sonido y convertirlo en murmullo, acercarse con pasos cortos a Roeder, y dejar que las graves se superpongan a los melódicos arpegios con que acalla los anteriores rugidos. Para después volver a un remolino de jazz puro con escalas en cuya combinación Lage deja, una vez más, su visión de las cosas.
Es parte de su búsqueda como guitarrista, remover en la tradición desde Charlie Christian y meterse por territorios pop, que por fortuna no contaminan el resultado. Juega con los bends y sus tonalidades, por ejemplo. Con una hora avanzada de concierto, Lage parece cómodo y va por libre –silenciada la base rítmica- para producir relámpagos y experimentos, de los que suelen ocurrir en la intimidad de la práctica y que los de Madrid tuvimos la suerte de contemplar.
Pero lo que asombra más de la ejecución en directo de Lage es su capacidad para hacer que su guitarra hable con dos voces, como dos personas que entablan una conversación, se pregunta en un tono y responde con otro. Se encarga él solo de producir tal polifonía con un solo instrumento en piezas como “Auditorium”, en la que existe una maravillosa dualidad, tenor y soprano que siguen su libreto y a veces cantan juntas las mismas frases. Lage lo hace posible, impulsado tal vez por la deuda asumido al hacer su nuevo álbum a dúo con uno de sus mentores, Bill Frisell. Pero hace mucho que el discípulo, ahora de 35 años, superó al maestro. Y a esas dos voces que saca de su Telecaster añade una tercera, con sus armónicos, que resuenan en los momentos exactos y guían hacia otras texturas, exploradas antes por genios como John Coltrane.
En el despliegue musical de Lage, sólo extraño la ausencia de cualquier standar, antes desarrollado, apropiado, recompuesto en la improvisación como reclamaba Charles Mingus, por los maestros (guitarristas, saxofonistas, trompetistas, pianistas). Volcar la sensibilidad a estructuras creadas por otros era también parte de la tradición del jazz hasta que las generaciones recientes (sobreestudiados, salidos de años de escuelas y conservatorios, tan llenos de ejercicios y tareas) suelen repletar el repertorio con sus propias creaciones. Me hubiera gustado saber, por decir un tema, cómo suena “ ‘Round midnight ” en las manos de Lage, como ya la he escuchado magistral en la de su par Miles Okasaki. O “Naima” o “Airegin”. Después de su presentación de hora y cuarto casi exacta, con una sola canción en el bis a un público que lo aclamaba de pie, a Lage se le puede describir con una palabra que deja abierto el porvenir: Maestro.