Texto y fotos: Ezequiel Paz
El escenario en la localidad de Las Américas, Adeje, es uno de esos lugares aparentemente inverosímiles, donde nadie esperaría que se celebrase un concierto de jazz: una pequeña explanada enclaustrada entre un centro comercial y un hotel de 4 estrellas, que la producción del Canarias Jazz y Más ha terminado por convertir en espacio de peregrinación para los amantes del género del sur y el resto de la isla de Tenerife.
La tarima estaba pegada a los jardines de un establecimiento turístico desde el que un DJ pareció molestar al cantante durante la interpretación de una de sus baladas, cantada en su lengua materna “douala”, pero ello no quitó un ápice de interés ante el despliegue portentoso de estos tres talentazos, Bona, Rodríguez y Olivera, convergentes en el cielo de la noche sureña.
Alfredo Rodríguez, el joven pianista cubano protegido de Quincy Jones, deslumbrante intérprete tanto de Bach como de Piazzolla y colaborador de Wayne Shorter, Herbie Hancock, Mc Coy Tyner o Esperanza Spalding, irrumpió muy cómodo en el repertorio popular, casi exclusivamente afrocubano, elegido para hoy.
Richard Bona, el bajista y cantante camerunés de voz hechizante, encarna la música como si poseyera intrínsecamente el secreto de todos los ritmos y culturas, jazz, posbossa, pop, afro-beat, folclore tradicional africano, funk, música india o flamenco. No por nada ha formado parte de las formaciones de Pat Metheny, Zawinul, Marcus Miller o el recientemente fallecido Harry Belafonte.
Y por último, Michael Olivera, el batería líder del Cuban Jazz Syndicate de Madrid, colaborador de leyendas como Sting, Chucho Valdés o Celia Cruz, que fue el que puso la rítmica en este cónclave sideral.
El recital encauzó caminos ya trillados por la fecunda fusión de África y Cuba que tanto rédito le ha dado al tándem Bona/Rodríguez abriendo con Ay Mama Inés. El segundo tema fue un ejercicio de flamenco cubanizado donde Alfredo Rodríguez dio rienda suelta a sus pasajes angulosos y los gruesos conglomerados armónicos de inspiración árabe en este caso.
Continuó el directo con Raíces, canción compuesta por Alfredo Rodríguez para la ecléctica voz de Richard Bona y dedicada a la emigración, a lo que siguió el clásico Bilongo más conocido como La Negra Tomasa, para desembocar en las aguas más tranquilas de la balada Eyala.
Del disco de Bona Heritage el trío rescató Mutula Moto y allí demostró Rodríguez su alta potencia de fuego estableciendo Olivera una sólida base sonera en clave 3/2. Por último no podría faltar un Manisero que enseguida derivó en Guantanamera merced a la similitud armónica de ambas canciones.
Se despedían ya del escenario los ejecutantes cuando el auditorio comenzó a corear pidiendo bis y en el último momento Richard Bona volvió sobre sus pasos para deleitarnos con su versión, en español arcaico según el camerunés, del mayor éxito de Ariel Ramírez: Alfonsina y El Mar. Su español, aparentemente de ejecución fonética, contrastó con la suavidad melódica y la ductilidad armónica que Rodríguez consiguió imprimir al clásico del repertorio latinoamericano.
Lo dicho, una festiva colisión de estrellas jazzísticas sobre la veraniega noche sureña que terminó con el público pidiendo más.