Texto: Olivia García y Alejandro Alvarado (IES Colegio Madrid) / Fotografías: Ernesto Cortijo
En el marco del Festival Internacional de Jazz de Madrid 2021, una de cuyas sedes se ubica en el renovado Teatro Pavón, el contrabajista y compositor californiano Kyle Eastwood dedicó el buen hacer de su quinteto a homenajear el cine que había conocido de la mano de su padre, Clint Eastwood. El concierto ha sido uno de esos proyectos que esperaban inquietos desde 2019, cuando el quinteto grabó el disco “Cinematic” (Jazz Village 2019) en el parisino Studio Sextan. Las restricciones de la pandemia no habían permitido todavía presentarlo en vivo. Hasta ahora.
Todo empieza con “Skyfall”, el tema de cabecera de la antepenúltima película del agente Bond, cantada por Adele; una de las piezas más valoradas del disco, que arranca potente y directa como un estallido. El tema gana en intensidad en vivo y sirve a los músicos como carta de presentación, con un rapidísimo y preciso solo del pianista, Andrew McCormack, seguido de Quentin Collins a la trompeta, Brandon Allen con su saxo tenor y, para cerrar la ronda, Chris Higginbottom, baterista denso y con empuje. El propio Kyle, que se dedica a sostener y dirigir el tema desde el contrabajo, termina con los nombres de todos ellos y anuncia el próximo tema, “The Eiger Sanction”, compuesto por John Williams para la película homónima, dirigida y protagonizada por Clint Eastwood cuando Kyle tenía siete años. Parece que el quinteto la retoma donde la dejó Williams, con un vals cada vez más sincopado, en el que contrabajo y saxo sustituyen a los sintetizadores y el piano canta una vez la melodía, antes de cedérsela a la trompeta, que dialoga a ratos con el saxo mientras construye un larguísimo solo, tras el cual es Kyle quien retoma la melodía con su contrabajo entre los aplausos, muy merecidos, que el público le dedica entusiasmado a Collins. Hacia el final del tema, Higginbottom borda la obligada sección de preguntas y respuestas entre el batería y el resto de la banda.
Se hace un silencio sepulcral y da comienzo “Taxi Driver”, espectacular en vivo con los crescendos acelerados y los redobles de batería. Los músicos que pueden han cambiado su instrumento: Kyle rasga las cuerdas con el arco, Allen se pasa al soprano y Collins pone la sordina. Todo unido le da al tema un aire de película policiaca setentera, potenciado por las luces, que crean un ambiente perfecto que mantiene el espíritu que le dio Bernard Herrmann en aquella época. Por primera vez, la banda abandona el disco que presenta y se lanza con “Cinema paradiso”, que pertenece a un disco anterior, “In Transit”, del año 2017, y por fin Kyle se pasa al bajo eléctrico, con el que introduce el tema en un solo en el que construye la armonía y canta la melodía al mismo tiempo con un complejo juego de posiciones y acordes. En esta aventura le acompañan solamente, discretos y acertados, el piano y el saxo soprano.
De vuelta a “Cinematic”, “Charade”, la tempestad alegre tras la calma de Ennio Morricone, un potentísimo solo de bajo eléctrico, que juega con las osadas revoluciones del batería, se contrapone a la delicadeza del tema anterior. Este primer tema de Henri Mancini termina con un ritardando final impresionante que deja al público sobrecogido y bien preparado para el siguiente, uno de los más claros homenajes al padre de Eastwood. A falta del cantante con quien lo grabó en 2019, Hugh Coltman, es Kyle quien se hace cargo de la melodía del tema principal de “Gran Torino” con su contrabajo. Tras presentarlo, lo recogen los vientos, que inician un delicado diálogo hasta que el tema adopta un aire más denso, pesado y vibrante, como ese jazz que tira a funk de Bob Reynolds.
“Bullitt” es el tema que encabeza el álbum, pero en el concierto lo han dejado casi para el final. Empieza con un tenso sostenido de vientos, roto sin piedad por un compás de contrabajo y batería en el que Kyle aprovecha para hacer un solo poderoso, lleno de groove. Un tema como este permite jugar con el público, que incitado por el pianista y el saxofonista, marca un metrónomo de palmas para el espectacular solo de trompeta, que finalmente enlaza con la melodía y termina. Los aplausos se apagan y empieza a sonar la inconfundible línea de bajo de “Pink Panther”, en el que desajustan levemente el esquema rítmico entre el batería y el resto de la banda para añadirle un punto de originalidad al mítico tema de Mancini. El desfase, que provoca extrañeza en el oyente, se resuelve cada vez que aparece el estribillo, que libera tensión y demuestra la precisión de unos músicos que dominan su arte. Los solos de este tema, tal vez enlazados demasiado orgánicamente con la melodía, pasaron desapercibidos para un público que no los aplaudía.
En el obligado bis nos damos cuenta de que van a prescindir de varios temas del disco. “Les Moulins de mon Coeur”, cantada por Camile Bertault, “Per le Antiche Scale” y “Unforgiven” desaparecen, pero añaden “Andalucía”, de su disco de 2011 “Songs from the Chateau”, guiño fácil, detalle atento hacia el público español. Con un aire místico y nebuloso, retazos de escala flamenca en la melodía y cadencias andaluzas, el solo de Collins fluye hasta el propio Kyle, que se mantiene en esa línea con su contrabajo y lleva el concierto hasta los aplausos finales, llenos de entusiasmo y gratitud por un concierto elegante y emotivo.