Texto: Alicia Población / Fotografías: Diego García (@dgarciaphoto)
Hace aproximadamente tres meses, el pianista Federico Lechner, la cantante Sheila Blanco, el contrabajista Toño Miguel, el bandoneonista Claudio Constantini y el batería Daniel “Pipi” Piazolla tocaban en el Auditorio Nacional con la Orquesta de Cámara Andrés Segovia, celebrando el centenario del músico argentino, Ástor Piazzolla.
En esta ocasión, el grupo se redujo para poder tocar en el mítico Café Central de la Plaza Santa Ana, que acogió al cuarteto compuesto por Lechner, Blanco y Miguel a los que acompañaba el batería argentino Andrés Litwin. Al proyecto Tango Jazz Trío que el pianista Federico Lechner comenzara hace casi dieciséis años, se le unió hace poco tiempo la cantante salmantina, con quien Lechner trabaja asiduamente.
El concierto del pasado jueves fue un petit comité para todos los gustos. Comenzaron con uno de los temas que ya interpretaron con el nieto de Ástor, Chiquilín de Bachín, para seguir con el Tango para Gabriela, compuesto por el pianista para su hija. Este segundo tema, con toques juguetones, hacía guiños musicales a lo que narraba la letra, centrada en las virtudes de la infancia de la niña. Después de dejarnos tiernos, un poco de improvisación libre para llegar a un groove irregular de piano y contrabajo, vigilado de cerca por toques de baquetas en el aro de los toms. Sobre esa atmósfera se entretejió una letra sobre un amor roto que lleva a la locura, que explicaba las armonías sinuosas con un descenso cromático de la Habanera de Bizet, que aparecía veladamente en la voz de Sheila. El cuarto tema, Otoño eterno, reflejaba los tiempos de su composición, confinados y fríos. De hecho, el debut del tema tuvo lugar durante los tiempos más duros de la pandemia, cuando no se nos permitía hacer música juntos, y músicos como Federico y Sheila se las apañaron para grabar a distancia y estrenar el tango con toques de bolero a través de un vídeo con pantalla dividida. El tema ganó en el escenario, no solo por el directo, sino también por la aportación bien nutrida del contrabajo y la batería.
Al término comenzó otro tango, uno cuyo título impronunciable lo cantaba Sheila en los primeros minutos de tema. Tras una introducción al piano, con los característicos y tan precisos giros de Lechner sobre las teclas, apareció la voz silabeando con una exactitud extrema pese a la rapidez de la música. Pareciera como si las sílabas que salían de la boca de Sheila fueran tiñéndose de diferentes matices, yendo de la corrección política a la más altiva arrogancia, como si fueran personajes teatrales que, sin contener ningún significado concreto, llegaban a tocar la emoción como si fuera un monólogo lo que se narraba. Es lo que tiene la música, y la flexibilidad de una cantante como Sheila Blanco, que exprime las posibilidades musicales y fonéticas al máximo. No en vano, tras su solo, se arrancó un aplauso desde las primeras mesas hasta la barra del Café.
En el solo de piano, Federico Lechner volvió a dejarse llevar por las notas, como si un mar fuera y viniera hasta la orilla, y solo en los escasos momentos en los que llegaba a la costa nos diera algo conocido, comprensible, para volver poco después a la inmensidad de la armonía. Litwin alternó sus intervenciones con el piano por cada cuatro compases en una interesante conversación a dos acompañada del contrabajo. El batería subió poco a poco la intensidad hasta llegar a hacer redobles imposibles que, por su impresionismo, despertaron algunos jaleos entre el público. Nada más tocar su cima bajó de golpe para dar paso de nuevo a la trabalengüística estrofa.
La versión de Summertime empezó con una introducción lenta y melosa en el piano hasta caer, como desperezándose, en un ritmo de milonga. Toño Miguel lo acompasó sin prisa mientras Litwin se mantenía al margen, dando una sutil atmósfera que, lejos de sobrecargar, sí te imbuía en el groove.
Una pena que en último tema, un clásico del beat bop, se perdiera la letra que cantaba Sheila. Destacó sin embargo el solo de contra sobre un sencillo colchón pianístico y percusivo. Parece mentira que músicos de la talla de Toño Miguel se estén sacando el título de contrabajo para poder dar clase a razón de la inclinación que tiene este país nuestro por la titulitis barata, y no tan barata, valga decirlo. Un último bis, Alfonsina y el mar, cerró definitivamente el primer pase de la velada dejándonos ese sabor que siempre deja un tema como el de Ariel Ramírez y concluyendo un concierto lleno de toques nostálgicos propios de la música argentina.