Texto: Federico Ocaña.
El pianista francés Adrien Chicot apuesta por la formación de quinteto para este “Babyland” (Gaya Music Production) que apareció hace apenas unas semanas. Se trata de su cuarto álbum como líder, después de “All in” (2014), “Playing in the dark” (2017) y “City Walk” (2018), con pleno en los cuatro de la discográfica Gaya, que ha sabido agrupar a toda una generación de músicos del país galo en torno a o con el impulso del saxofonista Samy Thiébault. Remarcamos el cambio en la formación ya que en los tres anteriores casos Chicot se había rodeado de Sylvain Romano al bajo y Jean-Pierre Arnaud a la batería, trazando una sonoridad que podía combinar temas percutivos con otros más íntimos.
En “Babyland” se incorporan Ricardo Izquierdo al saxo, Julien Alour a la trompeta, Sylvain Romano al bajo y a la percusión Antoine Paganotti. La sonoridad que consigue Chicot confirma la adecuación y el éxito de la apuesta, ya que mantiene la sensibilidad y la elegancia del trío, con el protagonismo que en él tiene el piano, combinando incluso algunos temas a solo como el breve Sunlight, con otros a trío (Meeting with Fred, Low Latency), con otros, finalmente, a quinteto (Now!, Cala Carbo, donde el piano deja lugar al Fender Rhodes, Birth¸ The Rooster In The Hat Is Watching TV, Brain Eaters).
Hay una búsqueda de lo nuevo, lo que apela al nacimiento, a la más tierna infancia, a un juego que fluye de manera natural, pero Chicot lo compatibiliza con un regusto clásico que atraviesa la grabación y que nos deja en un estado de tranquilidad inmejorable tras la escucha. Como si pusiéramos un disco de finales de los 50, con esa alternancia en los solos, ese swing que podemos definir -algunos de hecho lo han definido así- como “intuitivo” o natural y que, efectivamente, tiene algo de ingenuo. Esa inocencia o ingenuidad es la que nos hace pensar en un jazz que, si bien es de vanguardia, suena ya, como decíamos, a clásico contemporáneo. Y esto por partida doble, porque, por si la interpretación de los temas, como decíamos, juguetona y fluida, no fuera suficiente aliciente, cuenten con que, además, como en “Playing in the dark” y “City Walk”, Chicot se confirma como compositor.
El propio Chicot parece consciente de este papel de clásico contemporáneo con la disposición del decorado y atrezzo del disco, un recorrido sin grandes sobresaltos donde se intercalan momentos lúdicos, como de un niño tocando. Así en Birth, donde este scherzo se convierte en la base del acompañamiento al comienzo del tema, seguido a mitad de este por lo que parecen las palabras de una madre, que habla y canta a su bebé. Nos sentimos testigos del crecimiento de la criatura a medida que el tema se desarrolla, pero también somos, en parte, ese bebé que escucha con un oído recién llegado al mundo que debe recomponer el puzle sonoro del mundo. Aún no entiende bien, lo sabemos porque se cuelan los sonidos de la percusión como deben colarse en esa comunicación los sonidos de miles de objetos, indistinguibles unos de otros, formando un humus sonoro que propicia un cambio de tempo y marca pausas dentro del tema, quizá el más rico del álbum y que conforma casi una suite independiente.
La recomposición de lugar de la música de “Babyland” fluye a través de ligaduras de expresión en la melodía de Now!, primera pieza del disco, y tiene carácter latino en la segunda, Cala Carbo, que nos evoca, lejanamente, a aquel “Friends” de Chick Corea, por cierto de aires también infantiles. Si Meeting with Fred el trío luce en las improvisaciones, especialmente destacada la de Romano, en temas como Cala Carbo, Birth, el más misterioso The Rooster In The Hat Is Watching TV y el potente Brain Eaters, los solos de Izquierdo y Alour se unen al imparable trabajo en segundo plano de la sección rítmica. Ponen el contrapunto intimista los temas Sunlight y Low Latency que, en dos momentos distintos del disco, uno tras la escalada de intensidad de los temas que acabamos de mencionar y otro como colofón, sirven para que el pianista dialogue consigo mismo, ahora sin competencia en los solos.
Cuando acaba la escucha, el puzle está completo. Observamos la portada del disco: un globo terráqueo cubierto de animales, quién sabe si hostiles, sí dulcificados por su condición de entretenimiento infantil. Es un mundo raro, pero hermoso -al menos mientras siga habiendo lugar para el juego y la inocencia. Sirva como ejemplo este territorio que nos abre Adrien Chicot: “Babyland”.