Texto: Jacobo Rivero / Fotografías: Víctor Moreno
El bochorno abrasador que vive Madrid en estos días, no sólo por el clima, se rompe de vez en cuando gracias a las citas musicales que alberga la ciudad en verano. Una forma de evadirse y salir de las imprescindibles sombras donde guarecerse. Desde esa lógica, el pasado 9 de julio dentro de la programación de Noches del Botánico había una oportunidad excelente para dejarse llevar por sonidos evocadores de fuerza y calidad: Tigran Hamasyan y Cécile McLorin Salvant actuaban como primer y segundo plato en una misma noche. Un menú delicioso para amantes de la buena música.
Al pianista armenio hace tiempo que le llegan merecidos elogios por varios motivos, el primero es que tiene manos de creativo, con personalidad propia, y eso desgraciadamente no es tan habitual como debería, con los que imprime un sonido a veces duro y otras evocador, en una sinergia que se agradece mucho. Tigran estuvo muy bien acompañado de Evan Marien al bajo eléctrico y Arthur Hnatek a la batería, y en ocasiones el trío parecían una potente banda de rock de las que actúan en grandes estadios por la contundencia de su repertorio, de enorme solidez. A esa propuesta bien armada hay que sumar que Tigran Hamasyan deja muy claro que su música está unida a sus raíces, lo que da un punto de folclore a su repertorio que nos permite viajar más allá de los límites del Jardín Botánico de la Universidad Complutense de Madrid. Un lujo en estos tiempos de encierros recientes.
Tras un breve descanso llegó el anunciado como plato fuerte de la noche, que coincidió además con la marcha de los últimos rayos de un sol que no se echaron de menos para nada. Cécile McLorin Salvant acaricia desde hace tiempo el olimpo de las diosas de la canción y demostró que su ascensión está justificada y en perfecta progresión. La cantante tiene una voz tan sugerente como fresca, quizás producto del encuentro de raíces africanas y haitianas que anidan en su biografía. McLorin regaló al público presente un concierto exquisito, fabulosamente acompañada de Sullivan Fortner al piano. Como una perfecta invitada supo además ganarse al respetable con una versión de Lole y Manuel –Todo es de color– y con una interpretación por todo lo alto con el tema –ya habitual en su repertorio- de Alfonsina y el mar que nos hizo transitar por “caminos de algas y de coral”. Estuvo majestuosa en todo, empezando por la complicidad con el público.
Más allá del recorrido soñador de ambos músicos, una cuestión que no es menor: Noches del Botánico es una brillante propuesta de programación para un Madrid de canícula, pero el exceso de control –a una amiga estadounidense no se la dejó entrar una cantimplora de plástico que siempre le acompaña, incluso aunque estuviera vacía-, el paseo militar de la seguridad entre los espectadores durante las actuaciones y el habitual mercadillo de compras a precios de oro que rodea casi cualquier festival de música en nuestro país, dan a la programación un aspecto más de tapadera comercial que de noche a la que entregarse desde la pasión de los formatos bien cuidados. Una cuestión que esperemos se resuelva en beneficio de la gente y la música. Una tendencia que se añade a la descripción de bochorno madrileño, pero si nos referimos a cuestiones estrictamente musicales y sensoriales Tygram y Cécile estuvieron a un nivel fabuloso.