Texto. Federico Ocaña
Michael Wollny, Emile Parisien, Tim Lefebvre y Christian Lillinger. Hay que retener los nombres. O no. Quizá sea mejor no retenerlos, porque es innecesario retener cualquier nombre en este viaje a lo desconocido. Se suele escribir una “x” cuando no conocemos un dato, a la espera de rellenarlo y entenderlo mejor; en este “XXXX” (publicado por el sello ACT en 2021 y aclamado por la crítica internacional) hay, compruébenlo, cuatro letras, cuatro músicos, cuatro elementos que combinan de forma química y experimental, como en las fórmulas que sugiere la portada.
Un buen punto de partida es confesar que renunciamos a la comprensión, porque no sabemos tanto de química y se nos escapa el porqué último de las combinaciones que produce y analiza. En el laboratorio del A-Trane, club berlinés donde el cuarteto se instaló en cuatro sesiones de grabación en diciembre de 2019, el único requisito que se pusieron los sintetizadores, rhodes y piano de Wollny, el soprano de Parisien, el bajo eléctrico de Lefebvre y la percusión de Lillinger fue prescindir de los requisitos. Saber que los músicos tampoco tienen claro cómo van a combinar nos tranquiliza, si es que tal estado emocional es posible en este viaje, porque no tenemos una maraña de sentido que desenredar, sino que el enredo es ya el sentido.
Estamos en un terreno propicio para los magos de la improvisación, donde se materializan en notas (una materialización contingente, accidental, que solo nos deja sensaciones, huérfanos de otra cosa) las alucinaciones de Terry Gilliam (el tema Somewhere Around Barstow homenajea el ambiente alucinógeno de su “Miedo y asco en Las Vegas”, mientras Find the Fish cita “El sentido de la vida”, mítico largometraje de los Monty Python), David Lynch (Dick Laurent Is Dead, icónica frase de “Carretera perdida”), Ridley Scott (Too Bright in Here, del guion de “Blade Runner”). El colorido del disco, las distorsiones del sonido, la improvisación libre a la que los músicos se entregan, invitan a pensar en referencias cinematográficas, más que musicales.
Como si la música sola no lograra transmitir toda la energía que quieren volcar en los oyentes, la electrónica, el rock y el jazz se hermanan en una sinestesia que es estilística y sensorial, por cuanto nos llevan de la oscuridad a la luz. De la lluvia de la percusión en Doppler Fx, con unos excelsos Wollny y Parisien entablando conversaciones casi animales (recuerda este tema al free jazz más clásico, quizá por el color que dan piano y soprano) a un paisaje robótico donde se intuyen gritos, sufrimiento casi humano de los teclados y el bajo en medio de frases entrecortadas, progresiones truncadas y cambios de octava y escalas llevadas al límite de las alteraciones. Así ocurre en Michael vs. Michael donde esa apariencia de reto del teclista contra sí mismo no nos puede conducir a engaño: no es Wollny el único protagonista. En realidad, salvo el último tema del álbum, Nostalgia for the Light, composición de Wollny, los demás temas son improvisaciones a cuatro bandas, a cuatro mentes.
Oscuridad y luz, luz y oscuridad. La oscuridad de Dick Laurent Is Dead se perfila construida a partir del bajo de Lefebvre y la percusión. La épica de la luz de Too Bright in Here hace que destaque el saxo soprano, que emerja el teclado de Wollny, con efectos futuristas entre Jean-Michel Jarre y Vangelis, que Lillinger y Lefebvre escuden y escoren el tema. La luz nítida de Nörvenich Lounge, una luz casi angelical, con la personalidad del soprano, que culmina la escapatoria amenazada por el bajo pero apoyada por la mesa de mezclas, donde se fusionan el Norwegian Wind Ensemble y su interpretación de Rules of Behaviour de Geir Lysne y Wollny con las bases de electrónica. La luz de The Haul, un collage, algo más ordenado que en el resto de temas, de solos de Wollny, que utiliza técnicas de retrogradación, Parisien, Lefebvre y de nuevo el pianista alemán. La oscuridad de Grandmother’s Hammer, tan oscura que en ese ambiente onírico nos puede parecer, con menos intensidad, pero igual densidad, como un magma de sonido de bajo y teclados, más una pesadilla que un sueño.
Quienes quieran adentrarse en “XXXX” tienen que estar abiertos a una escucha que ni ellos controlan, ni lo hicieron los músicos durante la grabación, una música salvaje, una exploración en los claroscuros de lo ignoto. Convivimos con esa extrañeza en los sueños y corresponde a cada uno elegir en qué tramo de esta ensoñación quiere pasar los próximos minutos. Wollny, Parisien, Lefebvre y Lillinger proponen aquí una aleación y un rumbo cambiantes, donde los nombres concretos, los sonidos concretos, son lo que menos cuenta. Un disco que podemos calificar como apto sólo para valientes.